- El 5º-

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Primera pagina:
Despertar


Vagando mi alma en pena por estas cavernas infinitas, tan solo las llamas eternas iluminan mi rostro; mí mente, expuesta a los gritos desgarrados que la eternidad arranca a los aquí censurados, recuerda el tiempo en que ambos vivíamos rodeados de acero, tiempo en que los dos éramos camaradas.
He de mencionar que no te guardo rencor, sigo aquí ocupando tu vacante en el olvido, y aun te considero mi amigo.
Se enmarcaba una noche fría y despejada tras un día soleado y de alegría. Me sacaron a rastras de mi casa en plena noche y la sangre de mi familia ya salpicaba la fachada, sus cuerpos tirados en el suelo como trapos viejos y ajados, carecían de vida o expresividad alguna.
Mi suerte, más amarga que la suya, no fue la muerte puesto que no me fusilaron. Me cubrieron la cabeza con un saco de tela áspera, me ataron las manos a la espalda y me apalearon hasta que mis dientes quedaron atrapados en el saco de gruesa tela junto con la sangre que brotaba de mi nariz salpicando el tejido y empapando mis labios. Aun rebotando el acero de un casco contra mi cráneo, entre empujones, pateos e insultos me hicieron subir a lo que mi mente dedujo como un camión.
Tres curvas a derechas, dos a izquierdas y un brusco frenazo cuando el vehículo se detuvo, golpeándome la nuca con un objeto pesado y romo me hicieron caer tras el topando con el pecho, rostro y rodillas en un suelo seco, frío y empedrado. Me levante poco a poco sintiendo el peso de mi familia sobre los hombros, que aplastaba mi pecho contra el pavimento. Mi vida había desaparecido, no existía nada que pudiera importarme y aun así, unas lágrimas ácidas y dolorosas recorrieron mis mejillas fundiéndose con al mugre y la sangre. No volví a desterrar mi dolor de aquella forma ellos no lo habrían querido así, desterré las lágrimas y las sustituí por odio y desprecio.
Cuando me sacaron el saco la luz amarillenta de una bombilla rodeada de moscas que la observaban como buitres a un cadáver pútrido y hediondo me cegó, pasaron unos segundos hasta que mis ojos negros se adecuaron al resplandor y una mano huesuda se paseó espanto las moscas.

- ¿Le molesta la luz, Señor Warner?

La estancia se mantuvo en silencio unos instantes mientras el sujeto seguía oculto en penumbra esquivando los rayos de luz, de nuevo la voz seca y burlona serpenteo en mis oídos.

-No entiendo que rehúse a colaborar por el bien común de nuestro país, aun así ruego disculpe la brusquedad de mis hombres…

Mientras sus palabras se resbalaban entre sus dientes y se desparramaban contra el suelo sentí como suavemente y con completa quietud me quitaban los calcetines.

-No era nuestra intención asustarlo.
-No estoy asustado. (Mascullé a la vez que intentaba tragar saliva carmesí)
-Debería Señor Warner, debería…

Concluyendo la frase una avalancha de agua helada y trozos de hielo me golpeó la nuca.

-Bien veo que ya esta listo. ¿Dispuesto a colaborar?
En realidad no importa.

Me lanzó aquellas palabras a la cara, mientras que las mismas manos que casi parecían de ángeles se habían tornado afiladas y puntiagudas cual tijeras que cortaban poco a poco la circulación de mis tobillos con unas correas de cuero salpicadas de remaches.
Pasaron los segundos, los minutos y me atrevería a suponer que las horas mientras que las preguntas se confundían con mis gritos, mis quejas y el chisporroteo de los electrones quemando mi piel.
Finalmente confesé, no recuerdo mis palabras ni tampoco sus preguntas, yo un hombre de bien, criado en un pueblo pequeño y poco poblado acababa de confesar tres asesinatos y cinco violaciones, incluso inventé los sucesos y las persecuciones que habían tenido lugar antes de devorar el alma de mis víctimas, describí con todo lujo de detalles delitos que solo parecían ser posibles en las novelas radio transmitidas. Entre burlas y maliciosas quejas aquella mano espantamoscas me condenó a muerte.
Pase aun varias horas inmóvil atado a la silla, inmerso en un sueño alejado de aquella realidad en el que corría por la calle intentando escapar de un ser invisible, Abría dado mi vida liada en una sabana por mantener aquella pesadilla eternamente, al menos allí encerrado en mi mente aun quedaba esperanza.
De nuevo agua y hielo, abrí los ojos con la sensación de tener los párpados tallados en mármol y descubrí, aliviado, libres mis muñecas y tobillos.
Pese a lo que muchos piensen cualquier inténtento de escapar abría sido inútil y tan solo abría servido para avanzar las manecillas que marcarían la hora de mi muerte.
Me trasladaron a una celda, en la que mi única familia serian el acero y la piedra,
Pase largo tiempo allí encerrado pasando los días recostado en el tablón de madera que hacia las veces de cama observando las figuras que mi mente adormecida dibujaba en el techo, durante las noches dormía placidamente recorriendo mis pesadillas bajo la atenta mirada de las cucarachas que casi parecían aliviadas al divisar mi sueño.
Pasaron los días, las semanas sin llegar a ser meses, y tras tanto tiempo sin ver más seres que los insectos y mis recuerdos, apareciste tú, sonriente y golpeado atravesaste la puerta de barrotes, me miraste con un brillo mortecino en el fondo de los ojos y te sentaste en la esquina opuesta al camastro. No diste un nombre, una seña o un apodo aun así, en ese instante en que el hielo enblanquecia tú mirada y la piedra de mis parpados se resquebrajaba, supe que nuestra sangre se uniría de uno u otro modo.


Rubén de Haro Nuñez.

1 susurro(s) al oido:

Diane Ross dijo...

Genial.

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