No te marches...

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-Ódiame, mátame, trátame como a la mayor mierda del mundo. Pero no me ignores. No te alejes, por favor. Tony, no te vayas. No lo hagas. No te vayas y vuelvas. No me hagas creer que ya no te quiero para luego volver y derruir de un solo golpe mi castillo. Por favor....

Pero él se fue, y quizá no debí decírselo nunca. Porque si ese día, me hubiera callado, si no le hubiera dicho que no se fuera para luego volver. Si no hubiera abierto la boca esa noche, el habría vuelto y estaría entre mis brazos. Como aquella noche en la que supe que le amaría más allá de mi locura.

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Y bastó un instante. Un segundo. Una palabra. Para darme cuenta de que aun seguía ahí. De que Will, no se había marchado, no había desaparecido como lo hace el frio durante el invierno. Porque cuando me miró con esos ojos negros, sentí que esa barrera que había impuesto alrededor de mi cordura, se derrumbaba como si se tratara de una simple muralla de arena.
Porque eso era el, un mar. Un océano inalcanzable. A fin de cuentas, cuando escribía sobre el vaivén de las olas, pensaba en Will.

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Creo que ya se cual es nuestro problema. Nosotras.
¿Recuerdas eso de que fuera se para el tiempo y deja de existir un ellos? Pues bien, creo que por más que lo intentaremos, no podemos incluir a nadie, aunque estemos rodeadas de cientos de personas, se sentirán ajenos a nosotras.
Porque, verás princesa, cuando estamos juntas somos nuestro propio centro y lo demás orbita a nuestro alrededor.


No recuerdo el momento exacto en el que Sussan me dijo eso, tan solo se que no pude creerla. Me resistía a pensar que alguien así, pudiera importarme tanto. Y ahora que se ha ido, me doy cuenta de que tenia razón.

La ramera

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Un día. Un año. Un lustro. Le dije que la esperaría mas ella estaba cegada por los encantos de aquel estúpido. Cuando los vi, uno en los brazos del otro, gimiendo sin importarles mi presencia.

No se porqué hice lo que hice, quizá la rabia me dominó, quizá los celos me movieron o tal vez fue, y probablemente sea la mejor opción, la impotencia de llevar el corazón en la mano para entregárselo a aquella vulgar ramera, que ahora yacía con otro sin dejar de jurarme su amor.

Mientras les veía retozar como animales todo se volvió oscuro, la vibrante luz de las velas se volvió tintineante, la escasa luz que entraba por las rendijas de las ventanas iluminaba únicamente el lecho. Seguían sin inmutarse en mi presencia, así que con rabia y placer absoluto atrapé las velas y las coloqué tumbadas alrededor de la cama.

Me eché hacia atrás, pegando la espalda a la pared y disfrutando del siniestro espectáculo que ante mí se representaba.
Los gemidos de ella, pronto se transformaron en gritos de horror, se incorporó en la cama e intentó, en vano, salir del circulo de fuego que cada vez se cernía mas sobre aquellos impuros amantes.

Me excita pensar que lo ultimo que vio esa estúpida fulana antes de morir consumida por las llamas, fue mi rostro, iluminado en un claroscuro infernal por el fuego que alimentaba mi odio.

Recordando tu ausencia ante el espejo.

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Era una tarde bonita. Caminábamos juntos, él llevaba una mochila negra. La luz del Sol se apagaba a nuestro paso, inundaba todo en tonos cobrizos. Llegamos a nuestra cabaña. Esa que habíamos construido de pequeños, nuestro refugio. Allí no había espacio para la tristeza, mas sí para las lagrimas. No había que fingir.

Cuando llegamos me dijo que esperara fuera, que me diera un paseo por el bosque. Ese que se abría ante la humilde casita. Ambos nos conocíamos ese bosque como la palma de la mano, no en vano nuestra infancia la habíamos pasado allí.

Pasaron las horas, la Luna ya reinaba en el cielo y empezaba a impacientarme. Los pájaros que me habían acompañado durante la tarde en mi obligado paseo por el bosque ya callaban y tan solo se podían oír a los grillos. Decidí que no podía esperar más que si no tenía lo que estaba haciendo, sea lo que fuere, me daba igual.

Cuando llegué a la cabaña, Will me esperaba en la puerta, iba exactamente igual que cuando le dejé. Un par de quemaduras en la camiseta blanca y el pelo totalmente revuelto. La imagen de un elfo imperfecto. Y a su lado, miles de velas iluminando tenuemente la cabaña y los alrededores. Con la suave luz y el tintineo de las velas, él parecía aun más hermoso.

Entre en la casa de su mano y delante de mi pude ver un espejo. Un espejo precioso, con el borde de madera oscura. Un espejo de pie, no muy grande. Nos reflejábamos los dos, él con su pelo rubio y revuelto como si hubiera metido los dedos en un enchufe, y yo, con mi vestido blanco y mi pelo largo, castaño y totalmente normal.
Sus ojos destilaban una nerviosa alegría, brillaban de felicidad. Me puso delante del espejo, permanecimos en silencio, yo observándome en aquel espejo de cuerpo entero y Will sin reflejarse, mirando mi reacción.

De repente, se puso detrás de mí, rodeando mi cintura con sus brazos y apoyando su cabeza sobre la mía. Sonreímos a la vez, impacientes por experimentar más de ese sentimiento que era nuevo para ambos.
Ahora los dos estábamos delante del espejo, abrazados sonriendo. Sentí que me pegaba mas a el y me besaba la cabeza.

-Siempre que te mires en el espejo, acuérdate de mí. Recuerda este momento. Recuérdanos así, abrazándonos y sonriendo-hizo una pausa, le estaba costando a horrores decirme eso, se le notaba-. Porque si algún día, nos separamos. Este espejo te recordará que siempre serás mi chica.

Me quede observando nuestro aspecto, absorbiendo cada detalle. Nuestra ropa, nuestra sonrisa. Nuestro mirada infantil llena todavía de inocencia. No se cuanto tiempo estuvimos así, quietos, en silencio, tan solo mirándonos en aquel espejo, tan solo se que en un momento dado me gire y le bese. Le bese dando todo en ese beso. No fue solo el contacto de unos labios, fue el pacto de no olvidarle jamás.
Esa noche dormimos juntos, entre besos y palabras de amor sellamos nuestro futuro.
Ahora soy yo la que se esta mirando en el espejo, pero estoy sola, ya no hay nadie a mi espalda. Viéndome ahora, con mis medias rotas y mi camiseta ancha, no se reconocerme. Las lagrimas están cayendo por mis mejillas, mas no se si por alegría o por tristeza. Hoy delante del espejo recordando aquel primer día, te sigo echando de menos.

Tic..........Tac.

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Tic, tac, tic, tac. El sonido del reloj repiqueteaba en mi mente. Recordandome que con cada segundo que pasaba, mi vida se acortaba un poco más.
Ante mí todo aquello que no hice, todos los suspiros, todo eso de lo que me arrepiento.
Y la única vida que he tenido, pasa delante de mí. Los mil errores que cometí siguen encerrandose en mi mente y parecen estar dispuestos a no irse jamás.
La desesperacion de que aquellos sueños que inventé nunca lleguen a cumplirse, oprimen mi corazón y no me dejan dormir. Fuera llueve, una lluvia fina y pausada que apenas hace ruido. Lo único que alcanzo a escuchar es el tic, tac, del viejo reloj que hay al final del pasillo, junto al espejo que Él me regaló.