.

| |

Y bastó un instante. Un segundo. Una palabra. Para darme cuenta de que aun seguía ahí. De que Will, no se había marchado, no había desaparecido como lo hace el frio durante el invierno. Porque cuando me miró con esos ojos negros, sentí que esa barrera que había impuesto alrededor de mi cordura, se derrumbaba como si se tratara de una simple muralla de arena.
Porque eso era el, un mar. Un océano inalcanzable. A fin de cuentas, cuando escribía sobre el vaivén de las olas, pensaba en Will.

1 susurro(s) al oido:

Diane Ross dijo...

Precioso.

Publicar un comentario